"Mamá" gritó Alejandro desde su habitación. Inmovilizado por una extraña sensación que se asimilaba tanto al pavor como a la cobardía. "¡Hay una araña en mi cama!" "Vamos, Janito" dijo su madre y sin darle tiempo para responder una niñería, agregó "ya eres lo suficientemente grande como para coger un zapato y aplastar a un pequeño arácnido. Acabas de cumplir trece años, ¿no?" Aunque su madre tenía bastante razón, Alejandro estaba aterrado. Más de una vez escuchó en las noticias vespertinas que cuando una araña de rincón te muerde, mueres en pocas horas. Miraba vacilante el reflejo de la televisión del living y luego de reojo analizaba a su nueva invitada. La araña lo miraba extrañado, con una cara de completa incomprensión y más de alguna vez le dio unas palmaditas al colchón que reposaba contínuo a sus gigantesco trasero hinchado, y era a tal punto hinchado, que ocupaba un tanto más que la mitad de la cama de dos plazas, comprada sin esfuerzo adornada, ahora, por el brillante tono carmesí que irradiaba la piel dela gigantesca araña. "Pero... mamá..." Refunfuñó. "Nada de peros, ¡Hasta mañana nomás!" y le subió el volumen al pequeño televisor a color. "¡Venga! Que no pienso hacerte daño. Es más, necesito de tu ayuda." Le explicó la gorda arácnida mientras hacía un esfuerzo sobre-arácnido para ponerse de pie. Alejandro miró por una última vez a su madre y luego entró a la habitación, cerró con llave y pensó que si la araña le destrozaba, sería nada más que la culpa de su linda, pero descuidada madre. |